Poema El buen sentido de César Vallejo

El buen sentido

de César Vallejo

Hay, madre, un sitio en el mundo, que se llama París. Un sitiomuy grande y lejano y otra vez grande.
Mi madre me ajusta el cuello del abrigo, no porque empieza a nevar,sino para que empiece a nevar.
La mujer de mi padre está enamorada de mí, viniendo yavanzando de espaldas a mi nacimiento y de pecho a mi muerte. Que soydos veces suyo: por el adiós y por el regreso. La cierro, alretornar. Por eso me dieran tánto sus ojos, justa de mí,in fraganti de mí, aconteciéndose por obras terminadas,por pactos consumados.
Mi madre está confesa de mí, nombrada de mí.¿Cómo no da otro tanto a mis otros hermanos? AVíctor, por ejemplo, el mayor, que es tan viejo ya, que lasgentes dicen: ¡Parece hermano menor de su madre! ¡Fuereporque yo he viajado mucho! ¡Fuere porque yo he vivido más!
Mi madre acuerda carta de principio colorante a mis relatos de regreso.Ante mi vida de regreso, recordando que viajé durante doscorazones por su vientre, se ruboriza y se queda mortalmentelívida, cuando digo, en el tratado del alma: Aquella noche fuidichoso. Pero, más se pone triste; más se pusiera triste.
Hijo, ¡cómo estás viejo!
Y desfila por el color amarillo a llorar, porque me halla envejecido,en la hoja de espada, en la desembocadura de mi rostro. Llora demí, se entristece de mí. ¿Qué faltahará mi mocedad, si siempre seré su hijo? ¿Porqué las madres se duelen de hallar envejecidos a sus hijos, sijamás la edad de ellos alcanzará a la de ellas? ¿Ypor qué, si los hijos, cuanto más se acaban, másse aproximan a los padres? ¡Mi madre llora porque estoy viejo demi tiempo y porque nunca llegaré a envejecer del suyo!
Mi adiós partió de un punto de su ser, más externoque el punto de su ser al que retorno. Soy, a causa del excesivo plazode mi vuelta, más el hombre ante mi madre que el hijo ante mimadre. Allí reside el candor que hoy nos alumbra con tresllamas. Le digo entonces hasta que me callo:
Hay, madre, en el mundo un sitio que se llama París. Un sitiomuy grande y muy lejano y otra vez grande.
La mujer de mi padre, al oírme, almuerza y sus ojos mortalesdescienden suavemente por mis brazos.


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