Los hijos de la tierra
de José Antonio Ramos Sucre
LOS HIJOS DE LA TIERRA
Los nómades, reducidos a la indigencia,habían fijado su tienda de campaña en medio de un llanoroído por el fuego. Los caballos, prácticos en el arte deacertar con la hierba debajo de la nieve, mordían y triturabanla paja renegrida. Habían sido soltados de unos carros innobles.Una polvareda fortuita venía del horizonte a malograr la faenade los herreros y de los albéitares, oficios reivindicados parasatisfacer las preguntas de la policía.
Los naturales del país, fieles de un dogmatiránico, vigilaban la actitud de los peregrinos y los acusabande impíos y de rapaces. Yo no me aventuraba en su campamentosino a caballo y provisto de un sable recurvo y después decalarme hasta las orejas un gorro cilíndrico, de pelambre decarnero.
Los nómades se decían ofendidos en sucredo rudimental y solicitaban el auxilio de unas divinidades obtusas,fantasmas del caos desolado. Referían el origen de su raza a lainvasión de un cometa, en el principio de los siglos.
Decidieron alejarse en las últimasoscilaciones del otoño. Volaban los cristales de la nieveprecoz. Las ráfagas del polo disolvían el sudario de unavirgen insepulta, en la noche estigia, en el límite del mundo.
Lastimaron, antes de su viaje, la fe de losindígenas con el sacrificio de un perro en la actitud delcrucifijo. Consultaban de ese modo el éxito de sus pensamientosy requerían el arribo inmediato y el socorro de la noche. Lainvitaban a fustigar sin tregua la pareja de cuervos de su carrotaciturno.
La hueste famélica se dirigió alencuentro de un sol precipitado.
Los nómades, reducidos a la indigencia,habían fijado su tienda de campaña en medio de un llanoroído por el fuego. Los caballos, prácticos en el arte deacertar con la hierba debajo de la nieve, mordían y triturabanla paja renegrida. Habían sido soltados de unos carros innobles.Una polvareda fortuita venía del horizonte a malograr la faenade los herreros y de los albéitares, oficios reivindicados parasatisfacer las preguntas de la policía.
Los naturales del país, fieles de un dogmatiránico, vigilaban la actitud de los peregrinos y los acusabande impíos y de rapaces. Yo no me aventuraba en su campamentosino a caballo y provisto de un sable recurvo y después decalarme hasta las orejas un gorro cilíndrico, de pelambre decarnero.
Los nómades se decían ofendidos en sucredo rudimental y solicitaban el auxilio de unas divinidades obtusas,fantasmas del caos desolado. Referían el origen de su raza a lainvasión de un cometa, en el principio de los siglos.
Decidieron alejarse en las últimasoscilaciones del otoño. Volaban los cristales de la nieveprecoz. Las ráfagas del polo disolvían el sudario de unavirgen insepulta, en la noche estigia, en el límite del mundo.
Lastimaron, antes de su viaje, la fe de losindígenas con el sacrificio de un perro en la actitud delcrucifijo. Consultaban de ese modo el éxito de sus pensamientosy requerían el arribo inmediato y el socorro de la noche. Lainvitaban a fustigar sin tregua la pareja de cuervos de su carrotaciturno.
La hueste famélica se dirigió alencuentro de un sol precipitado.