Poemas de amistad

  • José Ángel Buesa

    El amigo

    José Ángel Buesa

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  • No envidiéis mi alegría, mi salud ni mi canto;
    no envidiéis lo que sueño, ni envidiéis lo quedigo.
    pues todo eso no vale ni una gota de llanto.
    Pero envidiadme todos la amistad de este amigo...

    Ah, sí, envidiad la gloria de esta firme confianza,
    cuyo sentir profundo ni en mal ni en bien se altera,
    porque yo siento mío lo que tu mano alcanza
    y en él es permanente mi dicha pasajera.

    Envidiadme este amigo que no envidia mi goce,
    compartiendo igualmente mi entusiasmo y hastío.
    Nada puede importarle si nadie lo conoce,
    porque mi canto es suyo si su silencio es mío.

    Envidiadme este amigo que me mira de frente,
    que es alegre en mi triunfo y es triste en mi fracaso,
    porque en él es espiga lo que en mí fue simiente,
    y yo duermo en su lecho pero él bebe en mi vaso.

    No importa si estoy solo, pues siempre está conmigo,
    y mis propias arrugas lo van haciendo viejo.
    Ah, sí, envidiadme todos la amistad de este amigo
                 que refleja mi espejo.

    José Ángel Buesa
    José Ángel Buesa  
    Versión 2
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  • Salvador Novo

    Un año más

    Salvador Novo

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  • Un año más sus pasos apresura;
    un año más nos une y nos separa;
    un año más su término declara
    y un año más sus límites augura.

    Un año más diluye su amargura;
    un año más sus dones nos depara;
    un año más, que con justicia avara
    meció una cuna, abrió una sepultura.

    ¡Oh! dulce amigo, cuya mano clara
    en cifra de cariño y de ternura
    la mía tantas veces estrechara!

    Un año más el vínculo asegura
    de su noble amistad, alta y preclara.
    ¡Dios se lo otorgue lleno de ventura!



  • José Ángel Buesa

    Era mi amiga

    José Ángel Buesa

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  • Era mi amiga, pero yo la amaba
    yo la amaba en silencio puramente,
    y mientras sus amores me contaba
    yo escuchaba sus frases tristemente.

    Era mi amiga, pero me gustaba
    y mi afán era verla a cada instante.
    Nunca supo el amor que yo albergaba
    porque siempre me hablaba de su amante.

    Era mi amiga para todo el mundo
    porque a nadie mi amor yo confesaba,
    pero yo la quería muy profundo
    y forzosamente me callaba.

    Era mi amiga, y mi cuerpo sentía
    estremecer si ella me miraba,
    al oírla junto a mí feliz me hacía
    más de este amor ella nunca supo nada

    y aunque sólo mi amistad yo le ofrecía,
    era mi amiga, pero yo la amaba.


  • Carolina Coronado

    A Ángela

    Carolina Coronado

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  • Ángela, melancólica mi alma
    hacia tus brazos encamina el vuelo
    ansiosa de encontrar en ellos calma.

    Que, siempre son los ángeles del cielo
    ésos que nos arrullan blandamente
    y nos prestan reposo y dan consuelo.

    Tú tienes una voz que el ruido miente
    de las sencillas tórtolas, y el eco
    del murmurar tranquilo de la fuente,

    Y aunque en el pecho de inocencia seco
    no halle lugar tan cándido sonido
    halla en el mío dilatado hueco.

    Si, yo mi juventud no he consumido,
    conservo la ilusión y el sentimiento
    y aun puedo al tierno amor prestar oído:

    Ora célebre amor tu tierno acento,
    ora te duelas dél, siempre te escucha
    mi enternecido corazón atento.

    Y si en el siglo de ambición y lucha
    consuelo mutuamente no nos damos
    de nuestras almas a la pena mucha,

    Ángela, ¿con el llanto a dónde vamos?
    ¿Hacia dónde el amor sencillo y bello
    de nuestra musa juvenil llevamos?

    De rosas y jazmines el cabello
    te puedo coronar, sino ambiciosa
    por ceñir el laurel doblas el cuello:

    Yo quiero consagrar mi edad penosa
    a celebrar las cándidas doncellas
    que sólo en su amistad mi alma reposa;

    Entusiasmo y virtud encuentro en ellas
    y en sus arpas dulcísimas y santas
    el consuelo y la paz de mis querellas.

    Por eso vuelo a ti, que tierna cantas
    a Dios ya los amores de mi vida
    raudal perpetuo de emociones tantas.

    Por eso ya sintiéndome abatida
    el alma hacia tus brazos encamino
    porque en ellos la des bella acogida.

    Más precio yo tu arrullo peregrino
    que de las trompas bélicas los sones
    donde horribles batallas imagino,

    Más precio yo, doncella, tus canciones
    que los oscuros libros de la historia
    donde jamás hallé sino borrones;

    Más precio de amistad la suave gloria,
    más de mis compañeros la sonrisa
    que del mayor guerrero la victoria.

    De dos en dos, las tórtolas, poetisa,
    cantan sobre los rudos encinares
    mecidas en sus ramas por la brisa:

    Así das tú compaña a mis pesares
    aliento a un pecho lánguido infundiendo
    con el celeste ardor de tus cantares...

    Ya no sufro; mis párpados cayendo
    a tu benigno influjo, dulce amiga,
    poco a poco y mi espíritu adurmiendo
    en tus brazos se van... ¡Dios te bendiga!


  • Julián del Casal

    A un amigo (Enviándole los versos de Leopardi)

    Julián del Casal

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  • A UN AMIGO
      (Enviándole los versos de Leopardi)

    ¿Eres dichoso? Si tu pecho guarda
    Alguna fibra sana todavía,
    Reserva el don que mi amistad te envía,
    ¡El tiempo de apreciarlo nunca tarda!

    Mas si cruel destino te acobarda
    Y tu espíritu, hundido en la agonía,
    Divorciarse del cuerpo sólo ansía
    Porque ya nada de la vida aguarda,

    Abre ese libro de inmortales hojas,
    Donde el genio más triste de la Tierra
    Águila que vivió presa en el lodo

    Te enseñará, rimando sus congojas,
    Todo lo grande que el dolor encierra
    Y la infinita vanidad de todo.


  • Miguel Hernández

    29

    Miguel Hernández

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  • 29

    (En Orihuela, su pueblo y el mío, se me ha muerto como el rayo Ramón Sijé, con quien tanto quería.)

    Yo quiero ser llorando el hortelano
    de la tierra que ocupas y estercolas,
    compañero del alma, tan temprano.

    Alimentando lluvias, caracolas
    y órganos mi dolor sin instrumento,
    a las desalentadas amapolas

    daré tu corazón por alimento.
    Tanto dolor se agrupa en mi costado,
    que por doler me duele hasta el aliento.

    Un manotazo duro, un golpe helado,
    un hachazo invisible y homicida,
    un empujón brutal te ha derribado.

    No hay extensión más grande que mi herida,
    lloro mi desventura y sus conjuntos
    y siento más tu muerte que mi vida.

    Ando sobre rastrojos de difuntos,
    y sin calor de nadie y sin consuelo
    voy de mi corazón a mis asuntos.

    Temprano levantó la muerte el vuelo,
    temprano madrugó la madrugada,
    temprano estás rodando por el suelo.

    No perdono a la muerte enamorada,
    no perdono a la vida desatenta,
    no perdono a la tierra ni a la nada.

    En mis manos levanto una tormenta
    de piedras, rayos y hachas estridentes
    sedienta de catástrofes y hambrienta.

    Quiero escarbar la tierra con los dientes,
    quiero apartar la tierra parte a parte
    a dentelladas secas y calientes.

    Quiero minar la tierra hasta encontrarte
    y besarte la noble calavera
    y desamordazarte y regresarte.

    Volverás a mi huerto y a mi higuera:
    por los altos andamios de las flores
    pajareará tu alma colmenera

    de angelicales ceras y labores.
    Volverás al arrullo de las rejas
    de los enamorados labradores.

    Alegrarás la sombra de mis cejas,
    y tu sangre se irán a cada lado
    disputando tu novia y las abejas.

    Tu corazón, ya terciopelo ajado,
    llama a un campo de almendras espumosas
    mi avariciosa voz de enamorado.

    A las aladas almas de las rosas
    del almendro de nata te requiero,
    que tenemos que hablar de muchas cosas,
    compañero del alma, compañero.

    (10 de enero de 1936)