El mensajero
de José Antonio Ramos Sucre
EL MENSAJERO
La luna, arrebatada por las nubes impetuosas, doraapenas el vértice de los sauces trémulos, hundidos con latierra, en un mar de sombras.
Yo cavilaba a orillas del lago estéril,delante del palacio de mármol, fascinado por el espanto de lasaguas negras.
Ella apareció bruscamente en elvestíbulo, alta y serena, despertando leve rumor.
Pero volvió, pausada, a su refugio, cerrandotras de sí la puerta de hierro, antes de volver en mi acuerdo ymientras esforzaba, para hablarle, mi palabra anulada.
Yo rodeo la mansión hermética,añadiendo mi voz al gemido inconsolable del viento; y espero,sobre el suelo abrupto, el arribo del bajel sin velas, bajo el gobiernodel taumaturgo anciano, monarca de una isla triste, para ser absueltodel pesado mensaje.
La luna, arrebatada por las nubes impetuosas, doraapenas el vértice de los sauces trémulos, hundidos con latierra, en un mar de sombras.
Yo cavilaba a orillas del lago estéril,delante del palacio de mármol, fascinado por el espanto de lasaguas negras.
Ella apareció bruscamente en elvestíbulo, alta y serena, despertando leve rumor.
Pero volvió, pausada, a su refugio, cerrandotras de sí la puerta de hierro, antes de volver en mi acuerdo ymientras esforzaba, para hablarle, mi palabra anulada.
Yo rodeo la mansión hermética,añadiendo mi voz al gemido inconsolable del viento; y espero,sobre el suelo abrupto, el arribo del bajel sin velas, bajo el gobiernodel taumaturgo anciano, monarca de una isla triste, para ser absueltodel pesado mensaje.