El tesoro de la fuente cegada
de José Antonio Ramos Sucre
EL TESORO DE LA FUENTE CEGADA
Yo vivía en un país intransitable,desolado por la venganza divina. El suelo, obra de cataclismosolvidados, se dividía en precipicios y montañas,eslabones diseminados al azar. Habían perecido los antiguosmoradores, nación desalmada y cruda.
Un sol amarillo iluminaba aquel país debosques cenicientos, de sombras hipnóticas, de ecos ilusorios.
Yo ocupaba un edificio milenario, festonado por lamaleza espontánea, ejemplar de una arquitectura decíclopes, ignaros del hierro.
La fuga de los alces huraños alarmaba lasselvas sin aves.
Tú sucumbías a la memoria del marnativo y sus alciones. Imaginabas superar con gemidos y plegarias lafatalidad de aquel destierro, y ocupabas algún intervalo deconsolación musitando cantinelas borradas de tu memoriaatribulada.
El temporal desordenaba tu cabellera, aumento de unafigura macilenta, y su cortejo de relámpagos sobresaltaba tusojos de violeta.
El pesar apagó tu voz, sumiéndote enun sopor inerte. Yo depuse tu cuerpo yacente en el regazo de una fuentecegada, esperando tu despertamiento después de un cicloexpiatorio.
Pude salvar entonces la frontera del paísmaléfico, y escapé navegando un mar extremo en un bajeldesierto, orientado por una luz incólume.
Yo vivía en un país intransitable,desolado por la venganza divina. El suelo, obra de cataclismosolvidados, se dividía en precipicios y montañas,eslabones diseminados al azar. Habían perecido los antiguosmoradores, nación desalmada y cruda.
Un sol amarillo iluminaba aquel país debosques cenicientos, de sombras hipnóticas, de ecos ilusorios.
Yo ocupaba un edificio milenario, festonado por lamaleza espontánea, ejemplar de una arquitectura decíclopes, ignaros del hierro.
La fuga de los alces huraños alarmaba lasselvas sin aves.
Tú sucumbías a la memoria del marnativo y sus alciones. Imaginabas superar con gemidos y plegarias lafatalidad de aquel destierro, y ocupabas algún intervalo deconsolación musitando cantinelas borradas de tu memoriaatribulada.
El temporal desordenaba tu cabellera, aumento de unafigura macilenta, y su cortejo de relámpagos sobresaltaba tusojos de violeta.
El pesar apagó tu voz, sumiéndote enun sopor inerte. Yo depuse tu cuerpo yacente en el regazo de una fuentecegada, esperando tu despertamiento después de un cicloexpiatorio.
Pude salvar entonces la frontera del paísmaléfico, y escapé navegando un mar extremo en un bajeldesierto, orientado por una luz incólume.