El regazo
de José Antonio Ramos Sucre
EL REZAGADO
La tempestad invade la noche. El viento imita losresoplidos de un cetáceo y bate las puertas y ventanas. El aguabarre los canales del tejado.
He dejado mi lecho, y me he asomado, por mirar lacalle, a la ventana de la sala en ruinas. Los meteoros alumbran unpanorama blanco.
Estoy a solas en la oscuridad restablecida, velandoel sueño de la tierra.
Mis compañeros, avezados al trajín deestepas y desiertos, me abandonaron pérfidamente en esta aldea,etapa de jornada arriesgada. Rehusaron admitirme al aprovechamiento desus riquezas, guardando para sí solos el secreto de sus metalesy piedras. Mentaban un lago verde y salobre, escondido en una selva depinos, amenazada por la brumazón.
La aldea es el campamento de una banda feroz.Hombres de tez amarillenta circulan inquietos, la espada en elpuño, calado el sombrero cónico.
Aliento la esperanza de volver a mi suelomeridional, ceca del mar bruñido por el sol.
He tratado mi fuga con un hombre menesteroso, de laaviltada raza aborigen.
Ofrece conducirme por caminos desusados, a espaldasde salteadores homicidas.
Él y yo escaparemos definitivamente de estelugar, donde las víctimas escarpiadas invitan las aves derapiña, criadas entre las nubes torvas.
La tempestad invade la noche. El viento imita losresoplidos de un cetáceo y bate las puertas y ventanas. El aguabarre los canales del tejado.
He dejado mi lecho, y me he asomado, por mirar lacalle, a la ventana de la sala en ruinas. Los meteoros alumbran unpanorama blanco.
Estoy a solas en la oscuridad restablecida, velandoel sueño de la tierra.
Mis compañeros, avezados al trajín deestepas y desiertos, me abandonaron pérfidamente en esta aldea,etapa de jornada arriesgada. Rehusaron admitirme al aprovechamiento desus riquezas, guardando para sí solos el secreto de sus metalesy piedras. Mentaban un lago verde y salobre, escondido en una selva depinos, amenazada por la brumazón.
La aldea es el campamento de una banda feroz.Hombres de tez amarillenta circulan inquietos, la espada en elpuño, calado el sombrero cónico.
Aliento la esperanza de volver a mi suelomeridional, ceca del mar bruñido por el sol.
He tratado mi fuga con un hombre menesteroso, de laaviltada raza aborigen.
Ofrece conducirme por caminos desusados, a espaldasde salteadores homicidas.
Él y yo escaparemos definitivamente de estelugar, donde las víctimas escarpiadas invitan las aves derapiña, criadas entre las nubes torvas.
