Entre los beduinos
de José Antonio Ramos Sucre
ENTRE LOS BEDUINOS
Nos recogíamos en un cauce labrado por lasaguas de la lluvia y respirábamos del sobresalto perenne. Lostorbellinos de tierra cegaban el horizonte.
Las nubes regaban al azar y brevemente elpaís del ensueño. El sol mitigaba la arena cándiday el guijarro de bronco perfil esparciendo una gasa de amatista,dibujando una ilusión vespertina del Bósforo.
No osábamos elevar la voz en el silencioritual. El pensamiento se anegaba en el éxtasis infinito. Elpolvo continuaba indemne bajo el pie elástico del camello. Losguías invocaban en secreto el nombre y la asistencia deMoisés.
Los monjes de un convento secular, adictos al dogmagriego, comparecieron a facilitarnos la visita del área delresol. Habían labrado su casa guerrera y feudal en presencia deun bajo relieve esculpido en la faz de una piedra. Yo reconocíla efigie de Sesostris.
Siempre he guardado algún desvío a lasreliquias del reino del Faraón y les he atribuido anunciosmalignos. Un salteador de los arenales, señalado por un tatuajesupersticioso, me visitó con el fin de venderme un arcoinfalible, de fábrica milenaria y de una sola saeta recurrente.Yo pensé en el privilegio del martillo de Thor.
Yo disparé el arma falaz en seguimiento deunas aves grifas, encarnizadas con las liebres. Yo perdía devista la fuga de la saeta en el seno del aire y el volátilamenazado se desvanecía en la calina del estío.
Un dolor me derribó súbitamente en elcaudal de mi sangre.
Nos recogíamos en un cauce labrado por lasaguas de la lluvia y respirábamos del sobresalto perenne. Lostorbellinos de tierra cegaban el horizonte.
Las nubes regaban al azar y brevemente elpaís del ensueño. El sol mitigaba la arena cándiday el guijarro de bronco perfil esparciendo una gasa de amatista,dibujando una ilusión vespertina del Bósforo.
No osábamos elevar la voz en el silencioritual. El pensamiento se anegaba en el éxtasis infinito. Elpolvo continuaba indemne bajo el pie elástico del camello. Losguías invocaban en secreto el nombre y la asistencia deMoisés.
Los monjes de un convento secular, adictos al dogmagriego, comparecieron a facilitarnos la visita del área delresol. Habían labrado su casa guerrera y feudal en presencia deun bajo relieve esculpido en la faz de una piedra. Yo reconocíla efigie de Sesostris.
Siempre he guardado algún desvío a lasreliquias del reino del Faraón y les he atribuido anunciosmalignos. Un salteador de los arenales, señalado por un tatuajesupersticioso, me visitó con el fin de venderme un arcoinfalible, de fábrica milenaria y de una sola saeta recurrente.Yo pensé en el privilegio del martillo de Thor.
Yo disparé el arma falaz en seguimiento deunas aves grifas, encarnizadas con las liebres. Yo perdía devista la fuga de la saeta en el seno del aire y el volátilamenazado se desvanecía en la calina del estío.
Un dolor me derribó súbitamente en elcaudal de mi sangre.
