La alianza
de José Antonio Ramos Sucre
LA ALIANZA
Yo escuchaba sollozos a través delsueño ligero y variable. No podían venir de mi casadesierta ni de mi vecindario diseminado en un área espaciosa.
Yo vivía delante de una plaza vieja, sumidaen la penumbra de unos árboles secos, de un dibujo elemental.Mostraban una corteza de escamas y sus hojas afiladas y de un tejidocórneo, semejantes a cintas flácidas, habíancesado de criar savia.
Un mensajero llegó de lejos, al rayar eldía, a decirme la nueva infausta. Había devorado ladistancia, montado sobre un caballo impetuoso, de arnés galano.Admiré el estribo de usanza arábiga.
Las hijas de mi ayo y consejero me recordaron alverse desvalidas. La muerte lo hirió sigilosamente en medio dela espesura de la noche y los sones de su flauta burlesca de ministrilrevelaron la desgracia y propagaron la consternación.
Yo había olvidado en una cámara demuebles pulverizados el carruaje de mis excursiones juveniles.Alcancé el hogar visitado por el infortunio, después derestablecer el armazón y las ruedas en más de un sitio dela campiña reseca.
Las mujeres vinieron a mi encuentro, solemnes ydemacradas a la manera de las sibilas. Me habían reservado laceremonia de esparcir el puño de cal sobre el rostro deldifunto, semejanza de algún rito de los gentiles en obsequio delpiloto infernal.
Yo sellaba de tal modo el convenio de un pesarinmutable, sin reforzar mi lenguaje exento de efusión y degracia. Asisto fielmente al responso cotidiano en el oratorio familiary añado mi voz a una salmodia triste.
Yo escuchaba sollozos a través delsueño ligero y variable. No podían venir de mi casadesierta ni de mi vecindario diseminado en un área espaciosa.
Yo vivía delante de una plaza vieja, sumidaen la penumbra de unos árboles secos, de un dibujo elemental.Mostraban una corteza de escamas y sus hojas afiladas y de un tejidocórneo, semejantes a cintas flácidas, habíancesado de criar savia.
Un mensajero llegó de lejos, al rayar eldía, a decirme la nueva infausta. Había devorado ladistancia, montado sobre un caballo impetuoso, de arnés galano.Admiré el estribo de usanza arábiga.
Las hijas de mi ayo y consejero me recordaron alverse desvalidas. La muerte lo hirió sigilosamente en medio dela espesura de la noche y los sones de su flauta burlesca de ministrilrevelaron la desgracia y propagaron la consternación.
Yo había olvidado en una cámara demuebles pulverizados el carruaje de mis excursiones juveniles.Alcancé el hogar visitado por el infortunio, después derestablecer el armazón y las ruedas en más de un sitio dela campiña reseca.
Las mujeres vinieron a mi encuentro, solemnes ydemacradas a la manera de las sibilas. Me habían reservado laceremonia de esparcir el puño de cal sobre el rostro deldifunto, semejanza de algún rito de los gentiles en obsequio delpiloto infernal.
Yo sellaba de tal modo el convenio de un pesarinmutable, sin reforzar mi lenguaje exento de efusión y degracia. Asisto fielmente al responso cotidiano en el oratorio familiary añado mi voz a una salmodia triste.
