Poemas de Antonio Plaza Llamas

Antonio-Plaza-Llamas
Nombre: Antonio Plaza Llamas
Nacimiento: Apaseo1 Guanajuato, México 2 de junio de 1830
Muerte: Ciudad de México, 26 de agosto de 1882
Nacionalidad: México
Biografía de Antonio Plaza Llamas

Poemas de Antonio Plaza Llamas



Poesías de Antonio Plaza Llamas preferidas de nuestros lectores


  • La voz del inválido


  • Bajo la sombra de sauz añoso
    frente a un albergue rústico y apartado,
    se hallan, un joven de naciente gozo,
    y un viejo descreído, mutilado.
    Los surcos de la frente marchitada
    las escépticas frases qué congelan,
    la irónica sonrisa y la mirada
    del viejo su pasado nos revelan.
    El apuesto garzón, el casi niño,
    con marcada humildad escucha atento
    al anciano, que lleno de cariño
    le dice así con paternal acento:

    II

    Conque, Andrés, ¿vas a partir?
    ¿Se torna el rapaz en hombre?
    ¡Bien!... Escucha y no te asombre,
    Andrés, lo que vas a oír.
    En el revuelto océano
    en que fui náufrago un día,
    quiero que lleves por guía
    la débil voz del anciano.
    No cual clérigo profundo
    evangelizarte anhelo:
    la virtud es flor del cielo
    que se marchita en el mundo.
    No de ilusiones que halagan
    te hablaré, ni de moral;
    quiero; Andrés, que no hagas mal
    ni dejes que te lo hagan.
    Franklin dijo en parte alguna,
    hablando del mundo, que:
    "Lo que salva no es la fe
    sino el no tener ninguna."
    No creas consejos ni apólogos,
    busca siempre la verdad:
    la fe, chico, es necedad
    que llaman virtud los teólogos.
    Yo no te aconsejo el vicio,
    el que mal hace, mal halla;
    quiero que vistas con malla
    tu corazón tan novicio.
    Y ya que tus tiernos años
    están flacos de experiencia,
    escucha, Andrés, con paciencia
    la voz de los desengaños.
    También locas ilusiones
    mi juventud conmovieron,
    y las que ilusiones fueron
    son ya negras decepciones.
    Por eso en estulta calma
    niego todo con cinismo,
    porque el torpe escepticismo
    viento es que congela el alma.

    *
    Tú vas a la corte. Allí
    activo en tu bien rebúllete.
    Consérvate, aséate, instrúyete,
    y vive, Andrés, para ti.
    Obra mucho y cierra el labio,
    que llega a su fin más pronto,
    con su actividad el tonto
    que con su pereza el sabio.
    Es la corte cosa brava,
    todos mal de todos piensan.
    los enemigos comienzan
    donde la nariz. acaba.
    Tú allí con muy buenos modos
    sé expansivo, sé jovial:
    de todos piensa muy mal;
    pero habla muy bien de todos.
    Que mascarada es completa
    la corte que veo con asco,
    y sufre allí más de un chasco
    quien no toma su careta.
    Allí es el afeite aseo,
    sinceridad el cinismo;
    la locura excentricismo;
    la adulación galanteo;
    Se le llama bueno al bobo,
    se llama al miedo prudencia,
    porque es difícil papel
    se llama la charla ciencia,
    se llama fianza al robo.
    Allí en duda has de poner
    la castidad del beato,
    la mansedumbre del gato,
    la virtud de la mujer.
    Allí todo es falsedad.
    "Vanidad de vanidades."
    allí abundan nulidades
    rellenas de vanidad.
    Todos quieren que su nombre
    a los hombres envanezca,
    y no hay hombre que merezca
    llamarse siquiera hombre.
    Que de aquella sociedad,
    llena de lodo y materia,
    es muy grande su miseria
    y mayor su vanidad.
    El hombre, tenlo presente,
    en ese mundo hostigoso,
    hace un viaje muy penoso
    y no medra si no miente.
    Ese tránsito empalaga:
    que no molestan en el viaje,
    los ricos con su carruaje,
    los mendigos con su plaga.
    Y magüer razón te sobre,
    en la sociedad, buen chico,
    evita el odio del rico
    y la intimidad del pobre.
    Mas si das a la indigencia,
    nunca la humilles cruel;
    no hagas de amarga hiel
    el papel de Providencia.
    Saber dar es gran virtud,
    y dar sin tacto, locura:
    lo que se da sin finura,
    se acepta sin gratitud.
    Hay favores tan sin gracia,
    que dejan huella sensible
    en el alma, y más horrible
    hacen ellos la desgracia.
    Muchos hay que dan lo suyo
    por cálculo o vanidad,
    pero, hijo, esa caridad,
    es la virtud del orgullo.
    Nunca des con mirada doble;
    porque el hombre desgraciado
    es un objeto sagrado
    para quien tiene alma noble.
    La desgracia lenifica
    sin esperar gratitud;
    porque, Andrés, la ingratitud
    a la caridad deifica.

    *

    Tus apuros, si los tienes,
    cuenta al que cuente reales;
    es decir, cuenta tus males
    sólo al que los torne en bienes.
    Nunca vistas con descuido;
    porque en la corte deshonra
    más que una mancha en la honra
    un mancha en el vestido.
    Tu lujo siempre modera,
    no al lujo te entregues, no,
    mira que el lujo empezó
    por unas hojas de higuera.
    Cuida y no te faltará:
    da poco y no se te olvide
    que quien da a todo el que pide
    pide al fin a quien no da.
    Ten siempre el bolsillo a tasa,
    para que siempre algo sobre;
    porque, Andrés, el hombre pobre,
    de pobre hombre nunca pasa.
    Del placer haz poco uso,
    si ilusión quieres tener,
    que abusando del placer,
    no hay placer en el abuso.

    *
    Por si acaso en sueño cálido
    buscas de Marte la gloria,
    voy e contarte la historia
    a que debo estar inválido.
    Allá en mis años mejores
    se encendió lid fratricida,
    porque a mi patria querida
    plugo cambiar de opresores.
    Del patriotismo la llama
    ardió en mi pecho de tierra.
    Marché, Andrés, en cruda guerra,
    reñí, como perro en brama.
    El éxito no fue malo:
    vencimos a los traidores,
    y volví pisando flores
    con una pierna de palo.
    Cubierto de gloria, chico,
    dejome el gobierno cruel;
    ¿había de comer laurel
    como si fuera borrico?
    Otros con férvido arrojo
    la victoria celebraron.
    Oro y destino pescaron,
    y Yo quedé pobre y cojo.
    Así es la guerra maldita:
    a muchos les da oropeles,
    y carruajes y corceles,
    y a otros las piernas les quita.
    Vengué yo ajenos agravios
    y al fin ¿qué saqué?... ¡Desprecios!
    La guerra la hacen los necios
    en provecho de los sabios.
    No seas de los que combaten,
    pero odia a los que se rindan;
    pues sacan más los que brindan,
    que los tontos que se baten.
    A la guerra, Andrés, no vayas,
    y sin luchar vencerás;
    porque un brindis vale más
    que el humo de cien batallas.
    Está la patria hecha trizas
    con tanta gente malévola,
    y del brazo de Scévola
    no quedan ya ni cenizas
    Es un loco temerario
    el que anda entre los cañones:
    es mejor en los salones
    esgrimir el incensario.
    Si por figurar te apuras,
    lisonjea a los beneméritos,
    y fía más que de los méritos
    de tus buenas coyunturas.
    No te oirán si no te encorvas:
    ya que ellos tienen, Andrés,
    las orejas en los pies,
    ten el talento en las corvas.
    Para que a ciegas no andes,
    te aconsejo, por mi nombre,
    dejes tu grandeza de hombre,
    con todos los hombres grandes.
    La dignidad no conviene,
    ni la honradez, hijo de Eva;
    quien no adula no se eleva;
    el que no es vivo no tiene.

    *

    Si no estás en gran bonanza,
    no busques, hijo, mujer,
    el pobre ha de mantener
    solamente la esperanza.
    El amor es gran locura,
    y el bendito matrimonio,
    lazo que tiende el demonio
    y convierte en soga el cura.
    El consorcio, en conclusión,
    para un pobre es grave mal;
    y su tálamo nupcial
    túmulo es de su ilusión.
    Nunca el marido descansa
    y sus sacrificios crecen:
    pero ellos no se agradecen,.
    porque con ellos no alcanza.
    Tú pondrás del ara encima
    tu independencia sin juicio,
    y ese inmenso sacrificio
    ninguna mujer lo estima.
    Es feliz quien por fortuna
    mujer buena tiene, Andrés:
    pero más dichoso es
    el que no tiene ninguna.
    Amor es mentida flama,
    la gratitud no parece:
    sólo, Andrés, una madre ama
    y sólo un perro agradece.
    *

    Mas si tú afectos deseas,
    te lo digo con dolor,
    cree hasta en el mismo amor,
    pero en la amistad no creas.
    Con experiencia lo digo,
    Andrés, consérvalo impreso:
    un libro, un perro y un peso
    forman un completo amigo.
    los que el mundo desconocen
    dicen, sobrino, que es fama,
    que en la cárcel y en la cama
    los amigos se conocen.
    En cualquier situación seria
    tendrás número importuno
    de amigos, mas no habrá uno
    cuando estés en la miseria.
    La amistad es falso cobre,
    la amistad, óyelo, chico,
    forma la ilusión del rico
    y el desengaño del pobre.
    La amistad, en conclusión,
    la amistad, tenlo presente,
    es, sobrino, un accidente
    del oro o la posición.
    Quien fuere en la vida cero
    no tendrá un amigo, Andrés;
    si el dinero amigo es,
    sé amigo tú del dinero.
    Mejor que un peso, ten dos,
    no hagas mal por egoísmo,
    y duda hasta de ti mismo
    vete, y... ¡Bendígate Dios!

    III

    Un instante después, por el camino
    triste a un jinete galopar se veía,
    y un viejo de mostacho blanquecino
    con la vista al jinete perseguía.
    Cuando ni el polvo que el corcel alzara
    pudo el viejo mirar, sintió que ardiente
    gota de llanto resbaló en su cara,
    y suspirando doblegó la frente.
    "Y ¿qué será de ti? -exclamó el anciano
    Tu incierto porvenir ¿porqué me altera?.
    corre a luchar con ese mundo insano;
    vete a sufrir la suerte que te espera.
    La lucha con el mundo no te asombre,
    hombre no es el que luchar no sabe;
    porque nació para luchar el hombre
    como nació para volar el ave.
    Jamás el hombre del destino oscuro
    el negro velo levantar espere;
    envuelto entre la sombra está el futuro.
    el hombre es lo que la suerte quiere."




  • A María del cielo

  • A María del cielo
    Y ya al pisar los últimos abrojos
    De esta maldita senda peligrosa
    Haz que ilumine espléndida mis ojos
    De tu piedad la antorcha luminosa

    García Gutiérrez.

    Flor de Abraham que su corola ufana
    abrió al lucir de redención la aurora:
    tú del cielo y del mundo soberana,
    tú de vírgenes y ángeles Señora;

    Tú que fuiste del Verbo la elegida
    para Madre del Verbo sin segundo,
    y con tu sangre se nutrió la vida,
    y con su sangre libertose el mundo:

    tú que del Hombre-Dios el sufrimiento,
    y el estertor convulso presenciaste,
    y en la roca del Gólgota sangriento
    una historia de lágrimas dejaste;

    tú, que ciñes diadema resplandente,
    y más allá de las bramantes nubes
    habitas un palacio transparente
    sostenido por grupo de querubes

    y es de luceros tu brillante alfombra
    donde resides no hay tiempo ni espacio,
    y la luz de ese sol es negra sombra
    de aquella luz de tu inmortal palacio.

    Y llenos de ternura y de contento
    en tus ojos los ángles se miran,
    y mundos mil abajo de tu asiento
    sobre sus ejes de brillantes giran;

    tú que la gloria omnipotente huellas,
    y vírgenes y troncos en su canto
    te aclaman soberana, y las estrellas
    trémulas brillan en tu regio manto.

    Aquí me tienes a tus pies rendido
    y mi rodilla nunca tocó el suelo;
    porque nunca Señora, le he pedido
    amor al mundo, ni piedad al cielo.

    Que si bien dentro del alma he sollozado,
    ningún gemido reveló mi pena;
    porque siempre soberbio y desgraciado
    pisé del mundo la maldita arena.

    Y cero, nulo en la social partida
    rodé al acaso en páramo infecundo,
    fue mi tesoro una arpa enronquecida
    y vagué sin objeto por el mundo.

    Y solo por doquier, sin un amigo,
    viajé, Señora, lleno de quebranto,
    envuelto en mis harapos de mendigo,
    sin paz el alma, ni en los ojos llanto.

    Pero su orgullo el corazón arranca,
    y hoy que el pasado con horror contemplo,
    la cabeza que el crimen volvió blanca
    inclino en las baldosas de tu templo.

    Si eres ¡oh Virgen! embustero mito,
    yo quiero hacer a mi razón violencia;
    porque creer en algo necesito,
    y no tengo, Señora una creencia.

    ¡Ay de mí! sin creencias en la vida,
    veo en la tumba la puerta de la nada,
    y no encuentro la dicha en la partida,
    ni la espero después de la jornada.

    Dale, Señora, por piedad ayuda
    a mi alma que el infierno está quemando:
    el peor de los infierno... es la duda,
    y vivir no es vivir siempre dudando.

    Si hay otra vida de ventura y calma,
    si no es cuento promesa tan sublime,
    entonces ¡por piedad! llévate el alma
    que en mi momia de barro se comprime.

    Tú que eres tan feliz, debes ser buena;
    tú que te haces llamar Madre del hombre,
    si tu pecho no pena por mi pena,
    no mereces a fe tan dulce nombre.

    El alma de una madre es generosa,
    inmenso como Dios es su cariño:
    recuerda que mi madre bondadosa
    a amarte me enseñó cuando era niño.

    Y de noche en mi lecho se sentaba
    y ya desnudo arrodillar me hacía,
    y una oración sencilla recitaba,
    que durmiéndome yo la repetía.

    Y sonriendo te miraba en sueños,
    inmaculada Virgen de pureza,
    y un grupo veía de arcángeles pequeños
    en torno revolar de tu cabeza.

    Mi juventud, Señora, vino luego,
    y cesaron mis tiernas oraciones;
    porque en mi alma candente como el fuego,
    rugió la tempestad de las pasiones.

    Es amarga y tristísima mi historia;
    en mis floridos y mejores años,
    ridículo encontró, buscando gloria,
    y en lugar del amor los desengaños.

    Y yo que tantas veces te bendije,
    despechado después y sin consuelo,
    sacrílego, Señora, te maldije
    y maldije también al santo cielo.

    Y con penas sin duda muy extrañas
    airado el cielo castigarme quiso
    porque puse el infierno en mis entrañas;
    porque puso en mi frente el paraíso.

    Quise encontrar a mi dolor remedio
    y me lancé del vicio a la impureza,
    y en el vicio encontré cansancio y tedio,
    y me muero, Señora, de tristeza.

    Y viejo ya, marchita la esperanza,
    llego a tus pies arrepentido ahora,
    Virgen que todo del Señor alcanza,
    sé tú con el Señor mi intercesora.

    Dile que horrible la expiación ha sido,
    que horribles son las penas que me oprimen;
    dile también, Señora, que he sufrido
    mucho antes de saber lo que era crimen.

    Si siempre he de vivir en la desgracia,
    ¿por qué entonces murió por mi existencia?
    si no quiere o no puede hacerme gracia,
    ¿dónde está su bondad y omnipotencia?

    Perdón al que blasfema en su agonía,
    y haz que calme llorando sus enojos,
    que es horrible sufrir de noche y día
    sin que asome una lágrima a los ojos.

    Quiero el llanto verter de que está henchido
    mi pobre corazón hipertrofiado,
    que si no lloro hasta quedar rendido
    ¡por Dios! que moriré desesperado.

    ¡Si comprendieras lo que sufro ahora!...
    ¡Aire! ¡aire! ¡infeliz! ¡que me sofoco!...
    Se me revienta el corazón ... ¡Señora!
    ¡Piedad!... ¡Piedad de un miserable loco!
    Antonio Plaza Llamas