
Nombre: Vicente EspinelNacimiento: Ronda 28 de diciembre de 1550Muerte: Madrid 4 de febrero de 1624Nacionalidad: EspañaBiografía de Vicente Espinel
Poemas de Vicente Espinel
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Égloga de Liseo
Canciones
Al tiempo que la clara luz hermosa
de oscuridad destierra el accidente,
y las doradas flores
esparcen por el campo mil olores,
el blanco lirio, y la purpúrea rosa,
el aura fresca lleva blandamente
los acentos suaves
de las parleras aves,
junto a un arroyo sosegado, y lento
todo recibe general contento
con el rocío de la blanca aurora,
solo Liseo llora
con tal tristeza, y encendido llanto,
que a la más tibia, y más cruel pastora
enterneciera, o la moviera a espanto.
Luz de mi alma, a quién ausente adoro,
y por quien me da vida la memoria
con la esperanza triste,
que en la imaginación sola consiste,
¿Quién mirará los crespos lazos de oro
que un tiempo fueron de mi infierno, gloria,
y el estrellado cielo,
adonde sin recelo
tocó mil veces mi atrevida mano,
y el angélico rostro soberano
de fatigado espíritu reposo?
¿Quién será tan dichoso,
que ver merezca el cristalino pecho,
y el divino semblante milagroso,
por quien en vivo llanto estoy deshecho?
¿Quién tocará la alabastrina, y pura
mano, principio de la muerte mía?
La sonorosa, y clara
voz con la lengua en ecelencia rara,
que con gobierno, y celestial cordura
hiere el aire en dulcísima armonía,
¿a quién habla, y responde?
¿O en qué cielo se esconde.
quién tuvo mis orejas tan suspensas?
Célida mía, ¿En qué ejercicio piensas
que se entretiene el alma de tu amante,
sino en poner delante
estas reliquias de memoria amarga,
para que a veces llore, a veces cante
de tu belleza, y mi pasión tan larga?
Del punto en que comienza el sacro Apolo
a dar color con su presencia al mundo,
y las flores matiza
del carmín, jalde, y de la azul ceniza,
con mis pasiones miserable, y solo
comienzo yo con un pensar profundo,
a imaginar, si acaso
del fuego, en que me abraso
te acordarás, y desta ausencia avara:
¡Ay dulce España, ay dulce patria cara!
Con estas cosas me macero, y canso,
pero luego descanso
con fingirme, que gozo en tu presencia
del regalado trato, afable, y manso,
que dio salud a mi mortal dolencia.
Luego me sobreviene un pensamiento
contrario, que me arroja al hondo abismo,
que en tu gloria serena
no hay accidentes de tormento, y pena,
quiero decir, que en quien el firmamento
repartió tanta parte de sí mismo,
es razón que no entienda
mudanza de tormenta,
el aspereza de calor, ni invierno;
con esto vuelto al sentimiento tierno,
yo mismo a nuevas muertes me sentencio,
porque luego el silencio
de la espantosa noche le sucede,
do en sólo el padecer me diferencio,
no en más ni menos, porque ser no puede.
En un instante con pensar me alegro,
que el rigor, y aspereza de Saturno
será menos esquiva
con la memoria de tu imagen viva,
que cuando viene el velo oscuro, y negro
se representa en el callar nocturno,
y más viva parece:
Tras esto se me ofrece
aquella noche tan serena, y clara,
en que el lucero ardiente de tu cara
dio luz al mundo por oír mi canto,
y no te lo levanto,
que oyendo mi zampoña, y verso rudo
el de Tracia dijiste, que en su tanto
pudiera estar en mi presencia mudo.
Mas no puedo durar en este engaño
tanto, que aplaque mi furor su fuerza,
porque luego revuelve
el cuidado, que en nada se resuelve,
y mostrándome al ojo el desengaño
el claro devaneo allí me fuerza,
a desear de nuevo
la luz, con quien me elevo
oyendo el murmurar del claro arroyo,
donde las lamentables quejas oigo
del ruiseñor, y la calandria un poco,
a lagua, y hierba toco,
por ver si amansa mi encendida fragua,
mas son extremos, y pensar de loco,
que deste fuego, no es contraria el agua,
Pero con todo un poco me entretengo
con estos sauces, la frescura, y sombra
de tan diversa hierba
como naturaleza aquí conserva,
y en grande admiración de todo vengo:
De flores veo una bordada alfombra,
y el argentado, y puro
cielo jamás oscuro
alegremente el suelo ruciando,
los pajarillos a su son cantando
los verdes ramos, que menea el aire
al descuido, y desgaire
mírolo, y digo; a tan dichoso suelo,
aquella gracia, y celestial donaire
de mi señora lo tornará en cielo.
Esta es la vida, y miserable estado,
en que la ausencia por mi mal me ha puesto
de todo bien desnudo
el vivir puesto ya en el punto crudo,
do con la muerte me será forzado
abrazarme dejando todo el resto,
y a mi mal escondido
en el profundo olvido
por ser mi muerte en ocasión tan alta.
Célida mía, ya el vigor me falta,
otro nuevo tormento me recrece,
adiós, que ya se ofrece
el último remate a mi porfía,
y el aliento vital me desfallece,
adiós, señora, adiós Célida mía.
Adelante pasara el pobre mozo
con su cantar, si una mortal congoja,
que la virtud le mengua
no le trabara el corazón, y lengua,
que arrojando del pecho un gran sollozo
cayó en el suelo, y el aliento afloja,
hasta que dos amigos
de su pasión testigos
espantados del grave, y triste agüero
llorando al casi muerto compañero
en hombros a su choza lo llevaron,
donde le sepultaron
entre jazmines, rosas, y amaranto,
hasta que las congojas le dejaron,
y vuelto en sí, torno a su usado llanto.
1
Tierno pimpollo, nueva y fértil planta
cultivada en el suelo,
que en breve espacio se levanta al cielo,
oye un pastor que canta
¡Célida mía!, del virgíneo coro
honra, luz, y tesoro,
y al son de tu belleza
muestra de su zampoña la rudeza.
Del sacro bando de la blanca diosa
la escuadra bella, y casta,
que en virtud, y nobleza el tiempo gasta,
la guirnalda olorosa
por mi rústica mano te presenta,
para que el mundo sienta
que aún siendo flor muy tierna,
tu virtud, y valor te hace eterna.
Al son de tu dulcísima armonía
dejó el arco, y aljaba
la ilustre diosa, que en la caza andaba:
quedó su compañía
a tu cantar atónita y suspensa,
de la belleza inmensa,
de la gracia extremada,
envidiosa, contenta, y admirada.
Si el sacro Apolo a Dafne fue siguiendo
incitado y movido
de la belleza, que en el cuerpo vido,
tu hermosura viendo,
la luz del rostro que a la suya excede,
y la virtud que puede
enriquecer mil almas
no se adornara con laurel, ni palmas.
La clara voz que del Ebúrneo cuello
sale hiriendo el aire
con dulce son, y angélico donaire,
el instrumento bello
de piedras finas del dorado Oriente,
tocado blandamente
de la nevada mano
¿al Dios de Delo no dejara insano?
Y más si viera el instrumento amado,
de que se aprecia Apolo
haber sido inventor primero y solo
desenvuelto, y tocado
con tal aire, destreza, y subida arte,
sin duda fuera parte
para dejar las suyas,
y andar siguiendo las pisadas tuyas.
Viera después por las espaldas suelto
el oro más subido,
cual esparcido al viento, y cual cogido
en sutil velo envuelto:
el semblante, el aseo, y la elegancia,
que en la primera infancia
pudo dar claro ejemplo
a las Vestales del sagrado templo.
Y en suma la virtud que el alma adorna
mientras más, y más crece
en los floridos años, más parece
que al primer tronco torna:
que de tan ecelente y gran sujeto
tan limado y perfeto
es justo que se entienda,
que había de salir tan alta prenda.
Mas la dureza de que está vestido
tu tierno, y blanco pecho,
que tiene en llanto mi vivir deshecho,
cansado, y consumido,
tu cuerpo y alma desadorna tanto,
que pone al mundo espanto
ver, que tanta belleza
sustente junto a sí tal aspereza.
Canción, cuando el valor de mi señora
cantes en su presencia,
acuérdale mi mal, y su inclemencia.
2
Ahora puedes en mi sangre viva
ejecutar de tu rigor la furia,
inexorable hado,
antes que el cuerpo helado
de los ásperos golpes de tu injuria
rendido caiga en sepultura esquiva:
y a la hambre ecesiva,
que tienes de mi ofensa,
le falte la materia
faltando la miseria,
do se entregaba sin hallar defensa,
harta tu saña inmensa
antes que tantas penas
cuajen la sangre en las heladas venas.
Atiza, abrasa, anega un tierno pecho
el aire, el fuego, el agua en un instante,
traga, derriba, atierra
tiempo, fortuna, y tierra
al más altivo espíritu arrogante,
y a mí, que en tierno llanto estoy deshecho
con cuánto mal me han hecho,
ni tiempo, ni fortuna,
ni el viento, y viva fragua,
ni la tierra, ni el agua
ni todas las estrellas una a una,
han sido parte alguna,
para en tan largos años
dar un remate a mis terribles daños.
Que el justo cielo de tan gran dureza
engaste, y cubra un corazón humano,
son obras ordinarias
con intenciones varias,
porque las ecelencias de su mano
muestran su perfeción con extrañeza:
mas que en tanta entereza
conserve sus hazañas,
y que el tiempo no pueda,
ni la mudable rueda
mudar jamás tan sólidas entrañas,
son obras más extrañas,
en cuyo fundamento
se eclipsa la razón, y entendimiento.
Todo lo inferior está sujeto,
y a las causas mayores obedece,
mas destas causas ciertas
unas son descubiertas,
otras hay cuyo efeto se parece,
mas son ocultas para el más discreto:
aquí se ve un efeto
siendo la causa oculta,
de un pecho empedernido
jamás enternecido,
mas no hay saber, de que ocasión resulta,
que se encubre y oculta,
porque a mi mal tan fuerte
no se busque reparo en que se acierte.
Por todo pasa el tiempo presuroso,
y el brazo de Fortuna poderosa,
el uno, y otro instable
al bien, y al mal mudable,
ora en pena, y venganza rigurosa,
ora en blanduras, y favor piadoso.
Yo siempre temeroso
de mal tan obstinado
en discurso tan luengo
de un daño en otro vengo,
sin esperanza de mudar estado,
al centro derribado,
miserable, afligido,
sin poder ser de nadie socorrido:
Aquí me dan el áspero tormento
con fuertes cuerdas amarrado al potro,
contra mi rostro juntas
mil penetrantes puntas,
porque si me moviere a un lado, u otro,
halle donde se doble el sentimiento:
do el duro pensamiento,
verdugo, y carnicero
me aprieta con tal fuerza,
y hace confesar aunque no quiero
falso por verdadero:
y allí a terrible pena
por mi confesión propia me condena.
Luego me arrastra por peñascos duros,
y en dudosos caminos me aposenta,
donde tropiezo, y caigo,
con el peso, que traigo
de la imaginación que me atormenta
con escabrosos términos escuros:
Por pasos mal seguros
voy de una en otra roca,
do el destino me lleva
haciendo de mi prueba,
como hombre condenado por su boca.
¡Justa venganza, y poca,
para quien tan sin tiento
se va tras un confuso pensamiento!
Mas ¡ay!, que de su parte se declara
un juez elegido por mi gusto,
una potencia ciega,
que a tanto extremo llega,
que condena lo justo por injusto,
y en verdadero, o falso no repara:
si a la verdad más clara
la falsedad ecede,
y con falsa apariencia
demostración, y ciencia
hace, de lo que ser verdad no puede,
la voluntad concede,
que está a la mira puesta
para negar, y conceder dispuesta.
Vengo a llegar a tanto desvarío,
que a mi clara locura echando el sello
siento llegar mi plazo,
y con estrecho lazo
de desesperación echado al cuello
pienso acabar el grave dolor mío:
mas el libre albedrío
con la luz alumbrado
del claro entendimiento
me torna en un momento
al propio ser de mi primer estado,
libre, y desenredado
mientras la furia amansa,
descansa un rato, si mi mal descansa.
Y allí soltando la abundante vena
de lágrimas sangrientas de mis ojos,
cual caudaloso Nilo,
sin respeto distilo
la furiosa pasión de mis enojos
sujeto al mal, que mi fortuna ordena:
y si venganza enfrena
mis ojos algún tanto,
por parecer bajeza
dar muestras de flaqueza
un ánimo gentil con tierno llanto,
siento tan gran quebranto,
que el corazón deshecho
rompe a suspiros el cansado pecho.
Y así del fuego que se enciende, y arde
en mis entrañas, libremente dejo
correr el humor cálido
por el semblante pálido,
siquiera digan que en mi mal me quejo
de temeroso en la pasión cobarde,
o que es bien que se guarde,
el que valor profesa,
que no se sienta, o vea
apariencia tan fea,
ya que el dolor, y la pasión confiesa:
mas ya que el llanto cesa
contra el cielo enemigo
suelto la enferma voz al aire, y digo:
Cielo inhumano, de mi bien verdugo,
sordo a la ronca voz de mi querella,
si a la muerte me emplaza
la espantosa amenaza,
y aquel rigor de tan malina estrella,
como en mi origen decretar te plugo,
¿deste pesado yugo
cuándo podré librarme?
Socorre ya el partido
de un ánimo ofendido,
con darme presta muerte, o remediarme:
mas en vano es quejarme,
que ni podrá valerme,
ni el mal se hallará sin ofenderme.
Canción, si acaso fueres condenada
por dudosa y confusa,
di, que en mis grandes males esto se usa.
3
Si en esa clara luz pura y serena,
y el grave movimiento
del corazón altivo gobernado,
para mi amarga pena
puede caber un breve sentimiento,
y haber un corto espacio reservado,
los ojos del cuidado,
Célida mía, con piedad revuelve
al mal que tú hiciste,
y a esta vida tan triste
que poco a poco en muerte se resuelve,
que así iré satisfecho
con haber declarádote mi pecho.
El blanco tuyo, que a la nieve ecede
en hielo, y en blancura
si tocare el ardiente Mongibelo
que en mis entrañas puede
hacer piadosa al áspide más dura,
y abrasar lo más húmido del suelo,
no con tan presto vuelo
la ligera paloma en su elemento
fuera suelta, y movida,
cuanto tú enternecida
de mi ecesiva pena, y mi tormento.
Mas mi fortuna esquiva
quiere que sin favor, y amando viva.
No de aspereza ni desdén furioso
en corazón helado,
ni de elevado espíritu pujante,
soberbio, y desdeñoso,
de un alma altiva, y pecho levantado,
libre entereza, o condición constante,
nació la penetrante
llaga, que el pecho, y alma así me aprieta,
ni el rigor fuera parte,
para que de alguna arte
jamás se viere a tanto mal sujeta,
que el desdén de la dama
si en otro enciende, apaga en mí su llama.
Nació mi mal de un amoroso trato,
sincero, afable, y puro,
y un alma blanda de esperanzas llena,
de un conversable
bastante a enternecer el reino oscuro
de los que gimen con eterna pena:
que lo que me condena
a grave desventura, y llanto eterno,
es, que en esta jornada,
la triste alma engañada
fue con halagos como niño tierno,
hasta tener la presa,
habiendo tantas en la misma empresa.
Testigos fueron tus serenos ojos,
y mano cristalina
que del pecho arrancó mi amada prenda,
cuan sin pena, y enojos
a tu reverberante luz divina
el alma se rindió, y cuán sin contienda
sacrificio, y ofrenda
hizo de sí con todo el resto junto:
y tú por mi descanso
con rostro alegre, y manso
me ofreciste tu fe en el mismo punto.
Mas ella está ya muerta,
y en mí el amor, la fe, y alma despierta.
Más bien merezco mi tormento, y daño,
pues al primer encuentro
sin hacer movimiento, ni defensa,
ni mirar que el engaño
estar pudiera solapado dentro,
tan fácilmente concedí en mi ofensa.
Mas no con tan inmensa
furia batiendo el ala por el aire
hirió el venéreo infante
a aquel Dios arrogante,
que del arco, y carcaj hizo donaire,
cuanto la flecha de oro
en mi alma estampó el nombre que adoro.
Allí quedó la libertad rendida,
y dello satisfecho
con tus blandas lisonjas sustentaba
esta cansada vida,
por quien voy a la muerte más derecho,
que al mar la tempestad terrible y brava:
de quien sin pena estaba
libre, y fuera del duro cautiverio,
y entregó la preciosa
libertad, a la odiosa
sujeción, y poder de ajeno imperio,
mal vivirá sin gusto
no viendo cosa que le venga al justo.
Quando me considero en este estado
miserable, afligido
de tantos males, y pesares lleno,
confuso, y atajado,
vergonzoso me hallo, y muy corrido,
no por el mal rabioso con que peno,
mas porque el tiempo bueno,
que en dulce libertad gocé algún día,
nunca tomé escarmiento
del áspero tormento,
que a mil amantes padeciendo vía,
teniendo su acidente
por gusto suyo, y fábula a la gente.
Y agora a mi pasar permite el cielo
que la pura experiencia
venga a mostrar en mi cabeza ejemplo,
más nunca sin recelo
viví jamás desta cruel dolencia,
que si el principio con razón contemplo,
y el grave dolor templo,
hasta que cese la pasión un tanto,
en aquel punto mismo
con el hondo abismo
se oyó de la corneja el triste canto:
y hacia el horizonte
aullar las Ninfas sobre el alto monte.
Un helado temor fue por mis venas
entrándose al momento,
y un pálido color al rostro vino,
mis fuerzas sentí ajenas,
y en los miembros un grave cortamiento,
un ardor en el pecho repentino:
porque de aquel divino,
y no pensado encuentro alborotada,
la sangre huyó luego
al corazón, y el fuego
poseyó lo mejor en la estacada:
el resto frío helado
quedó sin sangre atónito elevado.
Mas luego respirando poco a poco
volví a mi ser primero,
el aliento perdido recobrando
contento, y casi loco
de un sospechoso gusto mal entero,
y en el cuerpo la carne palpitando:
de aquí fue mejorando
por pocos días mi dichosa suerte,
mas luego desta gloria
se acabó la memoria
en breve espacio para larga muerte:
que en tu condición dura
conocí tu aspereza, y mi ventura.
Canción si te pidiere alguno cuenta
de cómo vas, o adónde,
no le respondas más, que me responde.